31/7/2018
BOLETÍN N° 42
Adolescentes
Como hemos mencionado en reiteradas ocasiones, la implementación de las nuevas plataformas sociales a nivel masivo, ha modificado significativamente las relaciones humanas. Esto resulta evidente en múltiples sentidos; tales como: la incorporación de nuevos verbos al vocabulario, el desarrollo de nuevos códigos de comunicación y significación social y la modificación de conceptos y relaciones heredadas del mundo offline, solo para citar algunos ejemplos.
Ahora bien, ¿qué entendemos o a qué nos estamos refiriendo con la noción de “socialización” en este contexto?
Bien, tal como indica la definición de la Real Academia Española, se trata de la acción y efecto de socializar, es decir, relacionarse socialmente con el entorno, establecer vínculos sociales dentro de un marco cultural determinado.
Entonces, de acuerdo con lo que venimos planteando, en la era de la tecnología, la socialización implica también el uso –en mayor o menor medida- de medios y plataformas digitales. De allí, que se den y materialicen concretamente -manifestándose también en los entornos offline- las modificaciones que mencionábamos al comienzo. En palabras de la conocida autora holandesa José van Dijck, “a lo largo de los últimos doscientos años, las tecnologías de comunicación evolucionaron como parte de las prácticas sociales cotidianas. […] En su evolución conjunta con las tácticas desarrolladas por sus usuarios habituales, un medio contribuye a moldear la vida cotidiana de las personas, y al mismo tiempo esta socialidad mediada se integra al tejido institucional de la sociedad en su conjunto.”[1]
Por el hecho de ser seres sociales, cada uno de nosotros, llevamos adelante permanentemente este doble proceso: por un lado, desarrollamos prácticas sociales que aprendemos y sacamos del propio entramado cultural en que estamos inmersos y, por otro, contribuimos al cambio y re-formación dinámica y constante del mismo.
Como vemos, por el hecho de ser seres sociales, cada uno de nosotros, dentro de las culturas a las que pertenecemos y en las que nos desenvolvemos como personas, llevamos adelante permanentemente este doble proceso: por un lado, desarrollamos prácticas sociales que aprendemos y sacamos del propio entramado cultural en que estamos inmersos y, por otro, contribuimos al cambio y re-formación dinámica y constante del mismo.
En tal sentido y concretamente respecto de las transformaciones en términos de socialización ocasionadas por la masificación de las plataformas digitales en el contexto de la web 2.0, van Dijck dice en su libro La cultura de la conectividad: una historia crítica de las redes sociales: “uno de los cambios fundamentales reside en que, debido a los medios sociales, estos actos de habla casuales [conversar entre amigos, intercambiar chismes, mostrar fotografías de las vacaciones, etc.] se convirtieron en inscripciones formalizadas que, una vez incrustadas en la economía general de los grandes públicos, adquieren un valor distinto. Enunciados que antes se emitían a la ligera hoy se lanzan a un espacio público en el que pueden tener efectos de mayor alcance y más duraderos. Las plataformas de los medios sociales alteraron sin duda alguna la naturaleza de la comunicación pública y privada.”[2]
Uno de los efectos más notorios, que lo mencionábamos al comienzo, es la incorporación de nuevos verbos derivados del nombre de una marca, actividad digital o aplicación. Los casos más representativos de esto son las nociones de “googlear” y “whatsappear”; las cuales condensan, en un solo término, las acciones genéricas de “realizar una búsqueda por Internet” y “tener conversaciones por chat”, respectivamente.
Además, podemos considerar, como parte de dichas transformaciones, la carga de significados que han adquirido determinadas interacciones, tanto por la positiva como por la negativa. Por ejemplo, actualmente, el hecho de que una persona salga de un grupo de WhatsApp, implica una serie de interrogantes e hipótesis que, en muchos casos, puede poner en tela de juicio diferentes afinidades y el “estado de salud” de los vínculos en cuestión. Otro caso lo constituye el nivel de simbolismo asociado al uso de emojis en las conversaciones; en este punto no solo resulta determinante qué emojis se utilizan sino el propio hecho de usarlos o no.
La propia dinámica de las relaciones ha cambiado, y nos referimos a vínculos que siempre han existido como tales, desde mucho antes de la era digital. Un caso muy típico es el del cibercontrol. Lamentablemente, la incorporación de la tecnología y la posibilidad de estar siempre online –sumado a múltiples factores de índole social, como ser: ideas del amor asociado a la posesión y estereotipos sexistas respecto de las relaciones de pareja-, han llevado a que muchas parejas, caigan en esta problemática y usen las diferentes plataformas y medios sociales para ejercer control sobre el/la otro/a.
Laura Vaillard, Gerente de Marketing y Comunicación para VU Security, expresa en relación a esta temática: “a la hora de socializar, a veces olvidamos las prácticas básicas de interacción. Mientras en persona, si vemos a alguien lo saludamos antes de comenzar a hablar o consultar algo, por chat, muchas veces obviamos el saludo y entablamos una conversación sin preámbulos, como si esta persona estuviera conectada de forma permanente. A su vez, cada vez es más común que la conversación termine de la misma forma, sin despedidas, una vez que el interlocutor cumplió con lo que buscábamos. La vida en red es frenética, es constante, no tiene horarios ni límites geográficos, por eso, es fundamental conocer sus reglas para evitar salir lastimados.”
"La vida en red es frenética, es constante, no tiene horarios ni límites geográficos, por eso, es fundamental conocer sus reglas para evitar salir lastimados.” -Laura Vaillard.
Por otra parte, como bien lo explica van Dijck en su libro, no debemos olvidar ni perder de vista que “ ''hacer social la red'' en realidad significa ''hacer técnica la socialidad''. Esta socialidad tecnológicamente codificada convierte las actividades de las personas en fenómenos formales, gestionables y manipulables, lo que permite a las plataformas dirigir la socialidad de las rutinas cotidianas de los usuarios. Sobre la base de este conocimiento íntimo y detallado de los deseos y gustos de la gente, las plataformas desarrollan herramientas pensadas para crear y conducir necesidades específicas.”[3] Como vemos, resulta de vital importancia, para poder hacer un uso seguro y productivo de las múltiples alternativas que nos ofrece la web, comprender profundamente lo que dicha autora acaba de explicar.
A modo de conclusión, Laura Vaillard agrega: “vivir en red se refiere a todo aquello que pasa en el mundo online que, en muchos casos, es una extensión de nuestra identidad física y, otras veces, representa una oportunidad para crear una nueva. Aunque hay personas que generan una identidad digital alternativa con fines creativos, lamentablemente existen aquellas personas deshonestas que proyectan una imagen digital irreal con otra edad, otro género u otras afinidades que, en la vida offline, con fines ilícitos.
La web nos ofrece una infinidad de posibilidades: entretenernos, acceder a una biblioteca infinita de información, consultar diferentes fuentes a cualquier hora, desde cualquier lugar, socializar, sea con amigos o familiares que viven lejos o incluso generar un vínculo y hasta una “amistad” con personas que admiramos. Al ser un espacio tan amplio, es importante conocer las reglas de juego antes de sumergirse en él para poder navegar de forma segura y así lograr explotar todo su potencial.
Al ser un espacio virtual, hay personas que se sienten más protegidas y se animan a decir cosas que no dirían en persona, tanto positivas como controversiales. Esto se hace evidente especialmente en Twitter, una de las redes sociales verbalmente más violentas en la que las personas sienten impunidad para expresar sus opiniones, casi sin filtro, al punto que pareciera que la libertad de opinión prima por sobre el respeto. Por eso es necesario conocer las reglas de juego, evitar tomarse estas críticas de forma personal y tener en cuenta las políticas de net-etiquette para cuidar nuestra imagen digital, la cual solemos olvidar es permanente y muy difícil de modificar.”
[1] José van Dijck, La cultura de la conectividad: una historia crítica de las redes sociales. 1a ed. Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores, 2016. Pág. 20.
[2] Ib, Pág. 22.
[3] Ib, Pág. 30.